Nuestro
conocimiento actual sobre la plasticidad y resistencia de la vida a los
entornos más duros, así como el descubrimiento de planetas extrasolares, son
dos de los puntales de la astrobiología. Esta nueva ciencia estudia la
posibilidad de que haya vida fuera de la Tierra y sugiere que los alienígenas a
buscar son organismos unicelulares. La vida tal vez sea un imperativo cósmico.
Y la simple supervivencia conlleva la generación de variantes capaces de
colonizar ambientes aledaños distintos.
Muy distintos,
como ya sabemos. Los límites a la adaptación los pone nuestra incapacidad de
imaginar soluciones creativas, eso mismo que la evolución ha hecho de forma tan
eficiente desde que la vida es vida. Aquí, en nuestro Sistema Solar, o 'más
arriba', en esos nuevos mundos que estamos descubriendo.
En las últimas
décadas del siglo XX hemos asistido al descubrimiento y caracterización de
formas de vida excepcionales: los organismos extremófilos. Algunos soportan la
alta presión de las fosas oceánicas, el frío permanente de los desiertos de
hielo o la sequía de las zonas más áridas de la Tierra. Su hallazgo ha
derrumbado nuestra concepción de lo habitable y ha obligado a replantear cuáles
son los requerimientos ambientales mínimos que la vida precisa. Agua líquida,
nutrientes y una fuente de energía bastan. Aunque quizá un disolvente apropiado
pueda sustituir al agua, y la química de los nutrientes o la forma de energía
que la vida utiliza son de origen diverso.
Los organismos
psicrófilos medran en minúsculos granos de polvo atrapados en el hielo,
alrededor de los cuales hay pequeñas cantidades de agua líquida. Algunos
hipertermófilos habitan las proximidades de chimeneas submarinas, zonas donde
el calor del interior de la tierra y la alta presión mantienen el agua líquida
por encima de los 100ºC. El rango de temperaturas que tolera la vida abarca
desde unos -20ºC hasta 120ºC. En superficie, los termófilos colorean zonas de
aguas termales, donde al lodo en ebullición se unen compuestos de azufre que
son su fuente de energía. Los microorganismos halófilos necesitan altas
concentraciones de sales en el agua y resisten la desecación. Otros se han
adaptado a una dosis de radiación miles de veces superior a la letal para un
ser humano. La vida florece en ambientes ácidos, semejantes a ríos de vinagre,
y en lagos alcalinos de aguas comparables a disoluciones jabonosas.
Incluso el
interior de las rocas hierve de vida: existe una biosfera cálida y profunda,
con una biomasa total superior a la de todas las plantas y animales que pueblan
la superficie terrestre. El subsuelo es uno de los ambientes prioritarios en la
exploración de otros mundos, puesto que protege eficazmente de la radiación.
Radiación,
gravedad inferior a la terrestre y bajas temperaturas son tres situaciones
habituales fuera de la Tierra. La vida tolera grandes variaciones en todas
ellas. Por el momento, tenemos un conocimiento demasiado escaso sobre planetas
extrasolares como para determinar su habitabilidad. Pero las características de
algunos cuerpos de nuestro Sistema Solar sí podrían resultar suficientemente
acogedoras.
Bajo la helada
superficie de Europa, uno de los satélites de Júpiter, puede haber un océano de
agua líquida que cubra todo el planeta antes de llegar a su litosfera. La
alternancia de las estaciones en Marte lo sume en períodos de oscuridad durante
medio año marciano. Con la llegada de la primavera la temperatura aumenta y una
gran cantidad de hielo de agua queda parcialmente expuesta en superficie. En
los períodos más cálidos del año, la temperatura supera localmente los 0ºC.
Estas condiciones bastarían para algunos organismos terrestres capaces de
alternar un estado de crecimiento y reproducción durante los períodos de
bonanza con un estado aletargado, inactivo, el resto del año. Algunos
extremófilos podrían habitar microambientes actuales de Europa, o Marte sin
necesidad de ulteriores adaptaciones. ¿De qué no será capaz la vida si le damos
tiempo? (Por Susanna C. Manrubia)